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viernes, 24 de junio de 2016

WROCLAW. La Venecia polaca.


Wroclaw, la capital de la Baja Silesia polaca, es una ciudad encantadora y poco conocida en España, a diferencia de Varsovia o de Cracovia. Para empezar, su nombre es difícil pronunciarlo –Brotslav– aunque quizás sea más fácil decirlo en alemán, Breslau, o en español, Breslavia. Nombres oficiales hasta la II Guerra Mundial.

Es la cuarta ciudad del país en tamaño, y algunos la definen como «la pequeña Cracovia», gracias a su numeroso patrimonio, tanto artístico como cultural, donde se observa, aquí más que en ningún otro sitio de Polonia, la influencia recibida de los reinos y culturas que a lo largo de los siglos han dominado esta zona: Bohemia, Austria, Prusia, y Alemania, para ser finalmente polaca a partir de la II Guerra Mundial.

La considerada también como la Venecia polaca, gracias a sus doce islas y más de 100 puentes, bajo la sombra del siempre omnipotente río Oder, se presenta hoy como una ciudad multicultural, cuyo dinamismo se refleja en la gran oferta cultural que ofrece, en constante transformación gracias a las nuevas obras arquitectónicas, como el Narodowe Forum Muzyki, una de las salas de conciertos más espectaculares de Europa, justo enfrente del teatro de la Ópera, o el Kino Nowe Horyzonty, cine y centro cultural de ocio, donde, por cierto, suelen presentar Semanas del Cine Nuevo Español. Estos edificios y muchos más, como el Hydropolis, un nuevo museo que ocupa un antiguo depósito de agua construido en 1893, y que estudia todo lo referente al conocimiento del agua en la historia y cultura del hombre, son la punta de lanza de las grandes actividades que han sido programadas este año con motivo de la Capital Cultural Europea.

La visita a esta hermosa ciudad suele empezar por su Rynek, que es el nombre polaco que define a la Plaza del Mercado o Plaza Mayor. Es casi tan grande como la de Cracovia, y, al igual que allí, nos deja impresionados. Empezada a construir en el S.XIII, este vasto rectángulo, está rodeado por casas de inusitada belleza, que van del gótico al Art Nouveau, pasando por renacentistas, barrocas y clásicas. Nuestro recorrido por Wroclaw, nos lleva al Barrio Universitario, donde se encuentra uno de los tesoros más preciados. Es la sala Leopoldina, una extraordinaria sala barroca del S. XVIII, presidida por una estatua del emperador Leopoldo I.




Desde la universidad, vamos cruzando algunos puentes sobre el Oder, y una vez traspasado el llamado Puente de los enamorados, todo él lleno de candados, llegamos a la parte más antigua de la ciudad, conocida como Ostrów Tumski. Un remanso de paz, sólo roto por los pasos de los numerosos fieles y visitantes que acceden a este pequeño y recoleto barrio. Aquí se encuentran varias iglesias, un palacio episcopal, y algunos seminarios, siendo la catedral de San Juan Bautista, patrón de la ciudad, su más emblemático edificio, donde antaño el que posteriormente fuera el Papa Juan Pablo II, venía a rezar. Afortunadamente un ascensor sube a una de las torres, desde donde se obtiene una impresionante vista de toda la ciudad.
Aprovechando las Jornadas Mundiales de la Juventud, visitamos también Cracovia, una joya urbana, que se define ella sola, como una de las ciudades más bonitas de Europa. Esta antigua capital real de Polonia, tuvo la suerte de quedar prácticamente intacta durante la última Guerra Mundial. Gracias a ello, Cracovia nos presenta con todo su esplendor, monumentos, plazas, barrios, calles, palacios, castillos, etc, tan bien conservados, que crees que estás en el medievo. El premio ante tanta belleza, fue reconocida en 1978 al incluirla en la lista del Patrimonio Mundial por la Unesco.
Como en Wroclaw, habrá que recalar primeramente en el (Rynek). Centro de la vida religiosa, económica y política de la ciudad medieval, que está considerada como una de las plazas más grandes del mundo con sus 200 metros de lado. Alrededor de ella, las fachadas de las casas, dan más realce a la principal iglesia de Cracovia. La Iglesia de Nuestra Señora, que con su bonita fachada y sus dos torres asimétricas, se convierte en una de las postales más difundidas de la ciudad.
En el centro de toda la plaza, se encuentra, el Mercado de los Paños, y al sur de la misma se nos aparece la calle Grodzka, la principal y más elegante calle de la ciudad. Totalmente peatonal, antiguamente era conocida como el Camino Real, ya que la utilizaban los Reyes y la Corte, para llegar hasta la Colina de Wawel.



WAWEL
Es aquí donde se encuentra por un lado, la Catedral gótica de Wawel, uno de los principales santuarios espirituales de Polonia, el lugar donde se realizaban las ceremonias de coronación y funerales de los reyes, y en su interior se encuentra la cripta con sus grandiosas tumbas reales y monumentos funerarios de muchas personalidades polacas. Al lado del santuario religioso, se ubica el Castillo Real, muy modificado a lo largo de los siglos. Un espléndido palacio- castillo renacentista, que representa el símbolo de la identidad nacional polaca.
A tiro de piedra de Wawel, el barrio de Kazimierz es el barrio judío de la ciudad. Aunque después de la guerra quedó prácticamente abandonado, en los últimos años ha resurgido como uno de los barrios más de moda de Cracovia. Aparte de algunas iglesias católicas, se encuentran varias sinagogas, museos y cementerios judíos que sobrevivieron a la guerra. Fue aquí donde Steven Spielberg, rodó algunas escenas del film «La lista de Schindler». También se conserva la fábrica del mismísimo Schindler, convertido actualmente en museo.




LA UNIVERSIDAD DEL PAPA
Cracovia cuenta con una de las Universidades más antiguas de Europa, la Universidad Jagelon, fundada en 1364, en la que estudiaron personajes ilustres tales como Copérnico, y un joven que a la postre sería mundialmente famoso, Karol Wojtyla. Para terminar la visita a Cracovia, no hay que dejar de ver las Minas de sal de Wieliczka, a unos 14 Km de la ciudad, y también declarada Patrimonio de la Humanidad. Es una mina de sal gema que ha estado funcionando sin interrupción desde hace más de 700 años. El momento cumbre del recorrido es cuando se visita la capilla de Santa Kinga, un santuario subterráneo gigantesco, todo de sal, incluidos los candelabros, retablos, altares esculpidos, etc, donde también se celebran misas.



viernes, 17 de junio de 2016

ISLAS EOLIAS. El descanso de Ulises.


Aquí, cuenta la odisea, descansó Ulises en su periplo. Cada una con su particularidad, las Eolias son un pequeño universo de playas, volcanes y aldeas perdidas….


Por el cráter de Strómboli volvieron a la superficie los peregrinos imaginarios de “Viaje al centro de la Tierra”. Dicen que ésta ha sido la única ficción de Julio Verne que no se ha cumplido a modo de profecía astrológica. Precisamente me pregunto sobre esa pulsión humana por navegar horizontes imposibles mientras me asomo con cuidado a esta boca abierta que saluda con sus papilas de fuego. El volcán aún está encendido, sólo que escupe borbotones, fumarolas de tanto en tanto como para contar que hay vida ahí abajo pero que por ahora la cosa está calmada. Desde aquí respira la tierra. Strómboli es montaña y es también isla, una de las siete que conforman el archipiélago volcánico de las Eolias. Y quizás la paradoja mayor sea que, a pesar de su origen explosivo, es uno de los destinos más tranquilos del Mediterráneo. Es de esos rincones que todavía no han caído en las garras del turismo masivo y que le permiten a uno sentirse un Robinson Crusoe más de una vez a lo largo del territorio. Bien podrían haber puesto en la entrada un letrero con la advertencia: Amantes de las aglomeraciones, abstenerse.




SIETE ISLAS DE LAVA
Bajo los nombres de Lípari, Salina, Panarea, Vulcano, Strómboli, Alicudi y Filicudi, estas siete islas son el resultado de erupciones que tuvieron lugar hace unos 700.000 años (un par de minutos si hablamos en términos geológicos). Declaradas Patrimonio Natural de la Humanidad por la Unesco en el año 2000, hoy se han transformado en uno de los secretos mejor guardados de los paisajes italianos (por eso el miedo a revelarlo). Las Eolias se encuentran en pleno mar Tirreno, denominación que toma el Mediterráneo en esta zona, a tan sólo 40 kilómetros de las costas sicilianas.
Más allá de las cuestiones de relieve, de arenas y valles verdes, las Eolias son parte de esa Italia fílmica en la que el neorealismo puede transformarse en realismo puro y pragmático. En 1949 se rodó aquí la película “Strómboli”, una de las obras maestras del genial Roberto Rossellini; cuentan que la isla homónima fue el escenario de aquel arrebato pasional con Ingrid Bergman. Digamos que entre mitos se entienden a la hora de elegir lugares de encuentro. Hay una placa en una de las casas coloniales que recuerda el romance. Años más tarde en Salina, en las playas de Pollara, se filmaron escenas de El cartero de Neruda, de Michael Radford. La casona y patio del Philippe Noiret de Veinte poemas de amor y una canción desesperada, donde se asomaba Massimo Troisi en busca de inspiración poética, está aún intacta, junto al mar.




Lípari es la mayor de las islas. La piazza Ugo di Sant´Onofrio es punto de encuentro y quizás uno de los mejores lugares para degustar los espaguetis a la eoliana, una mezcla de alcaparras, hierbabuena y atún que puede acompañarse con el delicioso Malvasía regional. Es bueno empezar por aquí. Es la isla con mayor infraestructura turística y así uno va alejándose poco a poco de esos excesos de urbanidad que a veces delata a los viajeros. Hay un museo arqueológico con una sección dedicada a los fondos marinos y sus tesoros hundidos, catalogada como una de los más interesantes en Europa, además de colecciones de cerámicas griegas, ánforas romanas y máscaras de terracota.
Salina es la segunda en tamaño y sin duda la más verde. Quizás por eso es la única cuyo centro montañoso formado por el monte Fossa y delle Felci y el monte dei Porri se ha constituido como Reserva Natural. Aquí es donde puede verse el abanico de flora y fauna de la región.
Panarea es como un Saturno terrícola y gravitacional. Está envuelta por ocho islotes a modo de anillos, donde hay restos de antiguas residencias romanas. En la actualidad es uno de los rincones del jet set italiano. De todas, es la isla de moda.



Según la Odisea, Vulcano es la morada de Eolo, el dios de los vientos. Fue allí donde Ulises recibió las brisas favorables para continuar su viaje, cerrar el ciclo de Itaca y regresar a Penélope. Para la mitología griega, éste fue uno de los puertos de descanso de Ulises. El volcán que da nombre al lugar erupcionó por última vez en 1890, aunque de tanto en tanto emite fogonazos. A pesar de eso no es peligroso ascender hasta su boca. Su apertura de 500 metros de diámetro tiene, de alguna manera, línea directa con el núcleo de la tierra. Desde arriba la panorámica sobre todas las islas es inigualable. En Porto di Levante, cerca de allí, siempre hay grupos de viajeros que repiten el rito de los romanos y se bañan en piscinas naturales de barros calientes. Cuentan que la mezcla de minerales, entre los que predomina el azufre (por eso el olor es intenso, a huevo podrido, digámoslo), es curativa para problemas de reuma o artritis. Hay quienes llegan con afán terapéutico, otros sólo buscan la pura y sana experiencia lúdica de untarse hasta los ojos.
El volcán de Strómboli también está en activo. El ascenso es un poco más difícil y se necesitan unas dos horas y media para llegar hasta la cima, pero el resultado vale la pena. Cada 20 minutos la montaña da su opinión en el lenguaje del fuego. No muy lejos de allí, en una de las pendientes llamada Sciara del Fuoco, baja un río de lava incandescente de un kilómetro de ancho. Es un fenómeno que se repite desde hace siglos y cuentan que siempre funcionó como una especie de faro natural para los navegantes. Quizás por eso la forma más interesante de ver esas luces sea hablando con algún pescador, alquilarle su barcaza y alejarse unos 100 metros de la costa para observar el espectáculo desde el mar.
Si bien San Vicenzo es la aldea más popular de Strómboli, con sus playas de arena negra y su incipiente bullicio, el pueblo de Ginostra, en la otra orilla, es una joya en el tiempo. Sobre todo porque uno puede vivir el placer de pasear por las calles sin coches. No hay embarcadero ni electricidad y sólo es accesible por mar. Aquí sí viven “Bajo el Volcán”, como diría Malcolm Lowry, pero para los habitantes esto no representa ninguna amenaza; todo parece estar controlado y ante una situación inesperada los planes de evacuación están a la orden del día.
Filicudi y Alicudi son las islas más salvajes. Son algo así como El Hierro canario, una maravilla en estado virginal. Ambas están rodeadas por centenares de grutas y túneles submarinos que se han convertido en uno de los puntos de referencia para buceadores.
Dicen sus habitantes que las Eolias son el mejor cóctel mediterráneo para los que buscan ese apartarse del mundo a veces tan necesario. Y dicen que si no es cierto, al menos algo de eso habrá, y repiten: “aquí descansó Ulises…”






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viernes, 10 de junio de 2016

ROVOS RAIL. El tren más lujoso del mundo.


Se autoproclama como el tren más lujoso del mundo y, si bien es cierto que tiene unos cuantos serios competidores por otras latitudes, lo que nadie le puede negar al Rovos Rail es que sus compartimentos son los más grandes de cualquier otro tren-hotel del globo: desde los siete metros cuadrados de sus Pullman suites pasando por los once de las Deluxe y hasta los dieciséis, nada menos, de las cuatro Royal suites, que hasta disponen de bañera. Sin embargo, una vez más el tamaño aquí es casi lo de menos, porque lo realmente asombroso es que tremendo tren se abra paso por semejantes escenarios.



El tren fortuito
En el origen del proyecto, en 1985, el millonario sudafricano Rohan Voss –de ahí lo de Rovos– sólo tenía la modesta intención de recuperar unos viejos vagones que había adquirido, y acondicionarlos para disfrutar de unas extravagantes vacaciones en familia viajando en tren por el país sin renunciar al menor lujo. Diseñó los camarotes a su gusto. Por eso son tan grandes, ya que cuando cuatro años más tarde el ocio se convirtió en negocio se tomaron como modelo aquellos primeros coches. La idea de comercializar el convoy se la dio la propia compañía nacional de trenes de Sudáfrica, cuando Voss se quejó de lo caro que le iba a costar el permiso especial para transitar por sus vías. Por toda respuesta obtuvo un “pues haga como nosotros, venda billetes”. Y así empezó todo.
Voss, que continúa siendo el propietario, sigue sin curarse de su vieja pasión por los trenes. Hace tiempo que se deshizo de sus otras empresas para consagrarse en cuerpo y alma al Rovos Rail. Tanto es así, que es rara la ocasión en la que el tren arranque alguna de sus rutas y no esté allí él en persona para saludar uno por uno a cada pasajero y darles a todos los consejos esenciales: “Por favor no salten cuando hayamos cogido velocidad, pónganse guapos para la cena y, se lo ruego, denle mucho trabajo a nuestro personal”.



Vida a bordo del Rovos
Impulsados según convenga por locomotoras eléctricas, diésel e incluso en algún tramo por las centenarias de vapor que también se han restaurado, la compañía suma tres trenes clásicos, que pueden albergar en sus salones y cabinas a un máximo de 72 pasajeros, y el llamado eduardiano, más pequeño y sólo con vagones de madera, que suele usarse más para chartearlo para grupos privados o empresas. La mayoría de los coches, que Voss fue adquiriendo por los rincones más rocambolescos del país, se construyeron entre 1919 y 1970 y fueron restaurados por artesanos de Pretoria, que le dieron un aire colonial a sus interiores sin olvidarse de camuflar discretamente aquí y allá desde las salidas de aire acondicionado hasta el minibar. Todos tienen un modernísimo y amplio cuarto de baño privado y, además de las típicas literas en las que duermen los viajeros de la mayoría de los otros trenes de lujo que hay por el mundo, en el Rovos Rail también puede optarse por una cama doble como dios manda.
Sin embargo, los que verdaderamente consiguen trasladarle a uno a otra época son los salones y los coches-restaurante, panelados en maderas nobles y con comodísimos sofás en los que se sirven con cubertería de plata las delicias salidas de las cocinas. Por no hablar del coche-observatorio de la cola del tren, al que salir a tomar una copa sintiendo en la cara la reseca brisa africana mientras el Rovos se abre paso entre sus llanuras. No es extraño que, entre la decadencia de las horas a bordo, los safaris que aliñan las rutas y las cenas de etiqueta, cada pasajero sufra lo indecible al ver acercarse el día del desembarco.


Un abanico de posibilidades
Los viajes que gestiona la compañía oscilan entre las apenas dos noches a bordo del Rovos Rail y prácticamente un mes, que es lo que viene a durar su ruta combinada (tren más aviones) más épica y estrafalaria, la que une África de una punta a otra desde Ciudad del Cabo hasta El Cairo, y que solo se cubre cada uno o dos años. Mucho más frecuentes son sus circuitos de tres días entre El Cabo y Pretoria, donde tienen sus cuarteles generales en la deliciosa y vieja estación de Park Station, a las afueras de la ciudad. O también desde ésta y con la misma duración, los 1.600 kilómetros que enfilan hacia las Cataratas Victoria y los tres días del Durban Safari, en el que es posible salir a la caza –fotográfica, se entiende– de los big five por las reservas de Nambiti o Spioenkop en los todoterreno que aguardan a los pasajeros a pie de vía. Ya con únicamente de una a tres salidas a lo largo del año, las dos semanas a bordo del Edwardian Safari que une Ciudad del Cabo con Dar Es Salaam –vía Kimberley, Pretoria, Mafikeng, Beit Bridge, Bulawayo, Cataratas Victoria o Lusaka–; los nueve días en los que el Rovos Rail se interna por los desérticos paisajes de Namibia o, de igual duración, desde el African Collage and Golf entre Pretoria y Ciudad del Cabo –a través de Malelane, Hluhluwe, Durban, Bloemfontein, Port Elizabeth, Oudtshoorn y George–, hasta el Golf Safari que permite a sus pasajeros combinar los mejores campos de golf de Sudáfrica con los avistamientos de fauna por sus impresionantes parques y reservas.



Hoteles: Un tren único
Cada mañana entre las 7 y las 10 se sirve el desayuno en el coche-restaurante, con un bien surtido buffet para empezar el día y también opciones a la carta preparadas en el momento. En función de la ruta elegida, probablemente se haga alguna excursión antes de comer y en ocasiones incluso también otra después. Los safaris son siempre las más emocionantes. Los todoterreno aguardan junto al tren para llevar a los pasajeros a los parques y reservas en los que pasmarse ante una manada de elefantes, ante el galope torpón de las jirafas, el relajo bajo las acacias de una familia de leones o, con suerte, hasta presenciar una escena de caza. De regreso al tren una campanilla avisa, generalmente alrededor de la 13.00 horas, de que ya está lista la comida. Hay siempre varias opciones para elegir y excelentes vinos sudafricanos que, como todo a bordo –desde las excursiones hasta las copas–, están incluidos en el precio del pasaje. El traqueteo quizás conmine a una siesta en el compartimento, mientras otros se decantan por unas horas de lectura o de charla con los compañeros de viaje en los sofás del salón o al aire libre en el coche-observatorio mientras desfilan los paisajes africanos a los lados de las vías. Tampoco perdonan la hora del té, aunque en los compartimentos, como en el mejor de los hoteles, el servicio de habitaciones funciona las 24 horas.
Si durante el día el ambiente es bastante informal, la hora de la cena es el momento de ponerse guapos para estar a tono con el ambiente colonial en el que las exquisiteces de los chefs se sirven con cubertería de plata, en platos de porcelana e impolutos manteles de lino.
Los viajes menos prohibitivos que gestiona la compañía (solo tren o tren más avión) son los de dos noches entre Pretoria y Durban o Ciudad del Cabo, a partir de unos 1.200 € por persona. Los nueve días a través de Namibia cuestan unos 4.000 €; las dos semanas del Ciudad del Cabo-Dar es Salaam, cerca de 8.000 €, y los 28 días del Ciudad del Cabo-El Cairo, cuya próxima salida será en enero de 2014 con viaje de regreso a Sudáfrica en febrero, a partir de 38.500 €.







viernes, 3 de junio de 2016

NGORONGORO. Un cráter de 20 kilómetros de diámetro.


Este paraje de Tanzania es uno de los espacios naturales más importantes de África. Una fauna única y los rastros de los primeros humanos se mezclan en un lugar increíble.

Cuando los primeros humanos pisaron estas tierras, hace unos 3,7 millones de años, el enorme boquete de más de 20 kilómetros de diámetro aún no existía. Los homínidos que vivieron y murieron en lo que hoy es la Garganta de Olduvai, debieron ver una enorme montaña, semejante al cercano Kilimanjaro que, según los geólogos, reventó de mala manera hace unos 2,9 millones de años dejando una cicatriz tremenda en el paisaje; milenos de vientos y aguas suavizaron los perfiles y convirtieron el antiguo volcán en un paraíso; un refugio perfecto para los más de 25.000 grandes animales que hoy habitan en la caldera volcánica más grande del mundo. Ngorongoro. ‘Lugar frío’, en la lengua de los míticos masais. Pero punto caliente de la biodiversidad en el que pueden verse a la práctica totalidad de los grandes animales de la fauna africana, incluido el Rinoceronte Negro, que aquí ha encontrado uno de sus últimos refugios.
Situada en pleno Valle del Rift, esa enorme fractura de casi 5.000 kilómetros de longitud por dónde el cuerno de África insiste en separarse del resto del continente, la Reserva Natural del Ngorongoro ocupa uno de los lugares más imponentes de la intensa geografía africana. Al oeste linda con el mítico Serengueti y, un poco más allá, se encuentran las costas del Lago Victoria. En su seno se encuentra la garganta de Olduvai, donde se han encontrado los fósiles humanos más antiguos del mundo, y siguiendo las llanuras, escenarios de las masivas migraciones anuales de ñus, cebras y gacelas se encuentra el Kilimanjaro, máxima altura africana y auténtica meca de aventureros de los cuatro puntos cardinales.



La visita empieza en la ciudad de Arusha, a unos 90 kilómetros de la Reserva. En el Centro de Visitantes se adquieren los permisos necesarios para visitar la zona, se paga la entrada y se contratan a los guías autorizados. No es posible visitar el parque por cuenta propia. Las reglas de conservación son muy estrictas. El viajero puede aprovechar para conocer esta ciudad que sirve de puerta de entrada a los principales parques nacionales tanzanos. Una visita recurrente es el Cultural Heritage Centre, un complejo de tiendas de artesanía que cuentan con un pequeño museo dedicado a las culturas nativas del área. Más modesto es el Old Boma Museum en el que se hace un repaso a la historia humana y natural de la zona.
El mercado que ocupa el centro de la población es otra de las atracciones de Arusha. En el Mercado de los maasai se pueden comprar objetos artesanales; el regateo es obligatorio. La ciudad es, también, el lugar dónde se contratan los safaris para visitar Ngorongoro. Fundamental comparar precios y, sobre todo, fijar de antemano todos los servicios (transporte, entrada al parque, guía, horarios, alojamiento).




El cráter de las maravillas
La carretera B-144 corre en dirección Este a Oeste buscando las riveras del Lago Victoria. Antes de llegar al Área Natural de Ngorongoro, pasaremos junto al Parque Nacional del Lago Manyara famoso por sus espectaculares poblaciones de hipopótamos. La carretera atraviesa las llanuras de sabana por donde pasan las grandes manadas de herbívoros que migran desde Serengeti hasta Mara. El altiplano ronda los 2.500 metros de altitud. Acá y alla surgen picachos que apuntan hacia el azul. Testigos hoy mudos de una época en la que el Valle del Rift era un continuo de erupciones volcánicas y terremotos. En ese contexto se explica el enorme socavón que forma el cráter. 600 metros de desnivel en laderas perfectas y vírgenes cubiertas de bosques. Y al fondo, un verdadero paraíso natural.
Pastos verdes, las aguas salinas del Lago Magadi, los humedales de Gongor y más de 25.000 habitantes. Las paredes encierran un ecosistema de más de 264 kilómetros cuadrados donde no faltan los grandes inquilinos de la sabana: elefantes, cebras, ñus, rinocerontes, gacelas, hipopótamos, avestruces, flamencos… De todo un poco. Y en la cúspide de la cadena alimenticia el león (en el cráter viven unos 70 ejemplares) y el leopardo. La única manera de visitar este auténtico edén es a través de safaris contratados. Las normas de tránsito y comportamiento son estrictas. No más de 25 kilómetros por hora; prohibido echar el pie a tierra; cero basura…




Espacio humano
El Área Natural de Ngorongoro ha recibido el estatus de Patrimonio Mundial. Más allá de su importancia como reserva natural, el parque, que supera los 8.288 kilómetros cuadrados también es una zona cultural de enorme valor que atesora importantes vestigios humanos desde hace más de 3,7 millones de años. Los viajeros no pueden perder la oportunidad de visitar el Museo de Sitio Oldupai Gorge, instalado en el lugar donde la famosa saga de los Leakey han descubierto alguno de los fósiles humanos más antiguos del mundo. El hombre se hizo humano en estos parajes y, desde entonces, ha desarrollado una cultura propia basada en el aprovechamiento del medio. El trasiego de culturas, en este largo periodo de tiempo, ha sido una constante.
Comparados con sus habitantes más antiguos, los mítico Massai son unos recién llegados. Los antropólogos aseguran que esta tribu de orgullosos guerreros-pastores se instaló en el área desde hace unos dos siglos y medio. A lo largo de la ruta B-144 (en dirección hacia el Serengueti) hay varios asentamientos en los que el visitante inquieto puede descubrir aspectos del día a día de los hombres y mujeres de la sabana. El Kiloki Senyat Cultural Boma, uno de los más importantes de la región, se encuentra a escasos 10 kilómetros del Museo Oldupai Gorge.