Fue en el puerto de San Sebastián donde hicieron su última parada las carabelas capitaneadas por Cristóbal Colón antes de continuar rumbo a ese destino incierto que se revelaría como América. La capital de La Gomera, la también conocida como isla redonda, se recuesta suavemente sobre un gran valle que se extiende desde la laguna de Santiago hasta el Parque Natural de Majona, espacio protegido –tiene un bosque de tabaibas– que llega hasta la misma costa para besar el mar. Es el lugar en el que todos los caminos confluyen, los que bajan y también los que suben, los que avanzan hasta Hermigua por la falda izquierda de los montes de Inchereda, a más de 1.000 metros de altitud, y los que buscan el Roque Cano, que vigila muy de cerca el municipio de Vallehermoso, con un litoral muy escarpado. El embalse de La Encantadora nos pone ya en camino de Arure, uno de los numerosos puntos de la isla desde donde enlazar con la carretera que conduce directamente al Parque Nacional de Garajonay. Es éste un enclave único en el mundo, pues conserva la mejor y más extensa laurisilva del planeta, reliquia de los bosques de la Era Terciaria. Los mirlos ponen la música de fondo y quiebran, con sus cantos, el silencio que impera en este lugar, frío y sombrío, en el que resulta fascinante poder adentrarse.
Un amor imposible
El recorrido que realiza diariamente
el ferry que une el puerto de Los Cristianos, en Tenerife, con el de San
Sebastián, en La Gomera, es el que supuestamente realizaba hace muchos años un
príncipe tinerfeño llamado Jonay para poder ver a su enamorada, la princesa
gomera llamada Gara, con la que le estaba prohibido mantener relación alguna.
Haciendo caso omiso a sus progenitores, los jóvenes amantes se veían a
escondidas, como si de Romeo y Julieta se tratase. También como ellos, un día,
al ser descubiertos, prefirieron morir antes que poner fin a su amor. Así, la
leyenda cuenta que ambos saltaron al vacío desde el risco más alto de la isla,
cuya nomenclatura actual resulta de la unión de sus nombres. Con una altura de
1.487 metros, el Alto de Garajonay es, efectivamente, el punto más elevado de
una isla carente de volcanes, ocupada en su parte central por un parque
nacional de casi 4.000 hectáreas, con ligeras ondulaciones y suaves pendientes
que, poco a poco, se acentúan hasta alcanzar, ya en su límite, escalonamientos
de centenares de metros de desnivel, tal y como ocurre en la cabecera del
Barranco de Benchijigua. Un paisaje que acoge la mejor muestra conocida en el
Viejo Mundo de laurisilva, excepcional bosque subtropical húmedo formado por
variadas especies de hoja perenne, que, antes del cambio climático que se
produjo en el Cuaternario, ocupaba buena parte de la cuenca mediterránea. La
laurisilva, que aporta a La Gomera toda el agua de la que dispone la isla,
necesita para sobrevivir un clima uniforme en el que la variación anual de la
temperatura sea pequeña y las precipitaciones relativamente abundantes. El
choque de las nubes bajas con la vegetación produce en Garajonay la famosa lluvia
horizontal, que permite una selva frondosa y espesa, como ésta por la que
caminamos.
Entre la niebla
El espectáculo en este Parque
Nacional tan diferente a todos hay que buscarlo en las copas de los árboles,
cubiertas siempre por una espesa niebla que impide el paso del sol. Entre las
especies que lo componen hay barbusanos, tejos, madroños, enormes helechos que
tapizan el suelo y ejemplares de viñátigos de más de 30 metros de altura, de la
familia del aguacate, cuyas hojas se vuelven rojas cuando están a punto de
caer. Antes de visitar Garajonay y perderse por sus entrañas, es recomendable
acercarse al Centro de Visitantes Juego de Bolas, en una zona conocida como La
Palmita, rodeado de jardines y huertas con especies endémicas de La Gomera.
Cuenta con un museo etnográfico en su interior y con varias salas de
exposiciones en las que se desgrana el origen de este singular espacio natural,
declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. En total, son diez las
rutas señalizadas que existen en el parque, antiguos caminos utilizados por los
gomeros desde tiempos remotos para desplazarse de un rincón a otro de la isla.
La más concurrida de ellas es la que va a parar al área recreativa de la Laguna
Grande, en medio de un bosque de fayal-brezal, característico de la vertiente
sur, mucho más seca. Desde su mirador, la imagen de la Fortaleza de Cherelepi,
domo volcánico cubierto de vegetación, invita una vez más a soñar.
Con vistas
La ruta más completa de cuantas
componen el circuito del Parque es la que comienza en la localidad de Pajaritos
y culmina en el punto exacto donde nace el río Cedro, en lo alto de un bonito
caserío en el que se alza la ermita de Nuestra Señora de Lourdes. Siguiendo el
riachuelo se puede llegar hasta el caldero de La Boca del Chorro, con una
impresionante cascada, o bien dirigirse hasta el barranco de Los Tiles hasta
llegar a los roques gemelos de Pedro y Petra, desde donde se contempla la mejor
panorámica del valle de Hermigua. Porque, aquí en Garajonay, de lo que se trata
es de contemplar, de mirar, de creer en otros mundos que un día fueron
posibles. Un auténtico viaje al pasado.
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