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martes, 29 de abril de 2014

BERAT. La ciudad de las mil ventanas


Albania a menudo se pasa por alto como un destino turístico, pero su accesibilidad desde cualquier país europeo hace que sea una opción interesante y asequible. En todo el territorio, Albania definitivamente presenta ejemplos de tiempos pasados yuxtapuestos con los modernos. La transformación del país para coincidir con la Europa contemporánea sigue siendo lenta pero prometedora.
Berat está situada en el centro sur de Albania, siendo una de las ciudades más hermosas y antiguas del país.
El nombre de la ciudad en albanés es Berat o Berati, que se deriva de la Belgrad mayor, bajo cuyo nombre se conocía en los documentos griegos, latinos y eslavos en la Edad Media. Ese nombre fue rendido como Bellegrada en griego. Se cree que fue el sitio de una antigua fortaleza macedonia, mientras que durante el Imperio bizantino el nombre de la ciudad era Pulcheriopolis. En la República de Venecia, la ciudad era conocida como Belgrad di Rumania, mientras que en el Imperio Otomano era conocida como Belgrad-i Arnavud para distinguirlo de Belgrado.
Como se puede ver en las fotos, no es de extrañar que Berat sea también conocida como “la ciudad de las mil ventanas”, y proclamada como “ciudad museo”.




La antigua ciudad de calles estrechas, con sus muchas ventanas, casas encaladas, ha conservado su ambiente antiguo. En 2008 fue designada como Patrimonio de la Humanidad, ya que es un raro ejemplo de una ciudad otomana bien conservada.
Gran parte de la ciudad está construida sobre terrazas en las empinadas colinas con vista al río Osum. La ciudad tiene muchos monumentos históricos, incluyendo mezquitas que datan de los siglos 15 al 19 y un puente de piedra del siglo 18 de siete arcos. Una ciudadela del siglo 13 construida a lo largo de una cresta muy por encima de la garganta del río alberga un museo y varias iglesias antiguas.
El monumento más antiguo es el Castillo de Berat que está construido sobre una colina rocosa en la orilla derecha del río Osum y sólo es accesible desde el sur. Después de haber sido quemado por los romanos en el 200 aC, los muros fueron reforzados en el siglo quinto bajo el emperador bizantino Teodosio II, y fueron reconstruidos en el siglo sexto bajo el emperador Justiniano I y de nuevo en el siglo 13 bajo el déspota Michael Comneno Doukas, primo del emperador bizantino. La entrada principal, en el lado norte, es defendida por un patio fortificado y hay tres entradas más pequeñas. La fortaleza de Berat en su estado actual, aunque dañado considerablemente, sigue siendo una magnífica vista. La superficie que abarca permitió albergar una gran parte de los habitantes del municipio. Los edificios dentro de la fortaleza fueron construidos durante el siglo 13 y, debido a su característica arquitectura se conservan como monumentos culturales. La población de la fortaleza era cristiana, y tenía cerca de 20 iglesias y una sola mezquita, para el uso de la guarnición musulmana. Las iglesias de la fortaleza han sido dañadas a través de los años y sólo algunos permanecen.



Berat se encuentra en la orilla derecha del río Osum, a poca distancia desde el punto donde se une con el río Molisht. Tiene una gran cantidad de hermosos edificios de gran interés histórico y arquitectónico. Los bosques de pinos por encima de la ciudad, en las laderas de las montañas imponentes Tomorr, proporcionan un telón de fondo de la grandeza apropiada. El río Osumi ha cortado una garganta de 915 metros de profundidad en la roca caliza en el lado oeste del valle para formar una fortaleza natural precipitada, alrededor de la cual la ciudad fue construida en varias terrazas fluviales.
Esta zona es rica en folclore, y las historias de las formaciones geográficas de la región no son una excepción. De acuerdo a la leyenda, la montaña de Tomorr fue personificada por un gigante que luchó con su hermano Shpirag (también la personificación de una montaña cercana), por el amor de una joven mujer. A pesar de que ambos estaban armados y lucharon valientemente, ambos murieron al final. La leyenda continúa explicando que las lágrimas llenas de tristeza de la mujer fluían profundas y crearon el río Osum. Se dice que la mujer se convirtió en la gran piedra, sobre la cual se construyó el castillo.










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viernes, 25 de abril de 2014

TEMPLOS DE ANGKOR WAT. La perla de Camboya


En el noroeste de Camboya, a 300 km de su capital Phom Penh, se encuentra la capital del antiguo Imperio Khmer (Jemer), Angkor. Escondida durante siglos en medio de la selva, ha estado totalmente aislada del mundo occidental hasta que en el año 1.860 fue descubierta por misioneros franceses.
El origen de esta ciudad se sitúa bajo el reinado de Jayavarman II (810-850 d.C.), fundador del Imperio Khmer, quien comenzó el culto a las deidades hindúes, y su esplendor duró hasta el año 1.225, aproximadamente. El conjunto arquitectónico, que ocupa una extensión de 400 km2, está compuesto por templos monumentales construidos durante este periodo y son una joya del arte hindú. En 1.992 la UNESCO nombró a todo el conjunto monumental de Angkor Patrimonio de la Humanidad.
Los principales grupos de templos son Angkor Thom, Ta Prom y Angkor Wat. Los más antiguos fueron construidos con ladrillos, en los posteriores se empleó laterita, una piedra barrosa coloreada, y los más recientes son de arenisca.
Lo que más llama la atención del Templo de Ta Prom, el único que no ha sido restaurado, es que la naturaleza ha ido ganando terreno y los árboles, con sus enormes raíces que invaden los monumentos, forman ya parte del conjunto escultórico. En Angkor Thom se encuentra el templo Bayon, construido en el siglo XII bajo el reinado de Jayavarman VII, que cuenta con un foso de 100 metros de profundidad y 12 km de extensión, que protegía a una población de cerca de un millón de personas.





Su torre de 45 metros de altura está coronada por cuatro enormes cabezas esculpidas y rodeada de 54 torres menores, cada una de ellas con cuatro cabezas sonrientes que se supone representan al propio rey.
El templo más representativo de todo el conjunto es el llamado Angkor Wat, dedicado al dios hindú Visnu, mandado construir por el rey Suryavarman II, que reinó entre los años 1.131 y 1.150 después de Cristo. Se calcula que para la construcción de este templo se empleó la misma cantidad de piedra que para la construcción de la gran pirámide egipcia de Keops, en Gizeh. Se emplearon 30 años en su construcción. Este templo está orientado hacia el Oeste, al contrario de los otros templos, que están orientados hacia el Este. Está formado por cinco torres de una simetría perfecta que representan las cinco colinas del monte Meru, la casa de los dioses y centro del universo hindú. Un foso y tres galerías rodean los cinco santuarios centrales. Cuenta con el mayor bajorrelieve del mundo, que narra historias de la mitología hindú. Todo el conjunto ocupa dos kilómetros cuadrados, y es el mayor templo religioso del mundo.
Las esculturas del templo de Angkor Wat se encuentran en buenas condiciones ya que, tras el declive del antiguo Imperio Khmer, pasó a ser un templo budista y fue continuamente mantenido, lo que ha ayudado a su conservación, al contrario de los otros templos de Angkor. De lo que no ha podido librarse, como gran parte de los monumentos de oriente, ha sido del saqueo y del pillaje. Han llegado a llevarse incluso trozos de los relieves.
La historia de Angkor Wat se remonta al siglo II después de Cristo, época en la que se estableció el reino de Funan, de origen indio. Se establecieron en la zona comerciantes indios y durante cuatro siglos se vivió una época de prosperidad y tranquilidad. Al estar ubicada en una zona de paso entre China e India, los habitantes tenían influencias del hinduismo y del budismo chino, lo que se refleja en sus templos, que recuerdan a los del Norte de la India y Nepal.
El reino de Funan cayó en el año 600 frente al reino de Chenla, cesó el comercio con la India y el imperio de Indonesia llegó al poder. En el año 800 se estableció el reino de Kambuja, a cuyo frente estaba Jayavarman I, quien construyó varias ciudades cerca de Angkor Wat, fue responsable de muchos cambios sociales y amplió su imperio hacia el norte y hacia el este. Durante siglos, Kampuja vivió una época de prosperidad.







El rey Suryavarman, en el año 1.000 planificó la construcción de la ciudad de Angkor, labor continuada por su sucesor, Udayadityavarman II, quien restauró muchos templos y bajo cuyo reinado Angkor se convirtió al mismo tiempo en una ciudad sagrada y en el centro de un gran sistema de irrigación. La expansión duró dos siglos más, periodo en el que se construyó el templo de Angkor Wat. Pero a comienzos del año 1.200 el imperio Khmer y Angkor comenzaron a decaer. El imperio Thai emergió como el más poderoso de la zona y la conquista del imperio Khmer por parte del imperio Thai supuso el definitivo abandono de la ciudad de Angkor. La selva se adueñó durante siglos de muchos de estos templos.
Desde el año 1.908, el Conservatorio de Angkor es el responsable del mantenimiento de los templos, dependiente del Gobierno de Camboya. La guerra civil que durante 30 años vivió Camboya en los años 70, en la que los Jemeres Rojos masacraron muchos budistas como parte de su proyecto de reorganización social, no dañó mucho a los templos, numerosas estatuas fueron trasladadas a museos para su protección.
Los templos en la actualidad están siendo restaurados con la colaboración de arqueólogos de todo el mundo. Pero el mundo puede seguir maravillándose de esta obra maestra en piedra y contemplar entre las ruinas el paso del tiempo y cuánta historia y grandeza guardan estos templos.








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martes, 22 de abril de 2014

PERITO MORENO. Un coloso de hielo


No es ni siquiera el mayor de los colosos de hielo que atesora el Parque Nacional de los Glaciares; sin embargo, el Perito Moreno tiene mucho más nombre que el propio parque, declarado como tal en 1937 para proteger el Campo de Hielo Continental y los trece glaciares principales que ocupan un tercio de sus más de 700.000 hectáreas y, por supuesto, catalogado también como Patrimonio de la Humanidad desde el año 1981 por su belleza e interés glaciológico y geomorfológico. A una hora y media por carretera de la pequeña ciudad de El Calafate, en la que se concentran la mayoría de los hoteles y servicios turísticos, el Perito Moreno es la estrella indiscutible de un territorio tan sobrado de prodigios como la Patagonia. Un área natural soberbia de hielos continentales, montañas andinas, bosques fríos, glaciares y grandes lagos de origen glaciar.




La joya de la corona
Sobre las gélidas aguas del Lago Argentino, el último extremo de este despampanante glaciar exhibe un frente de cinco kilómetros de ancho cuyas paredes de nieve compactada alcanzan hasta 70 metros a la vertical. Frente a él, un entramado de pasarelas de madera que zigzaguean entre el bosque permite a sus visitantes deambular durante un par de horas buscándole sus mejores panorámicas a su colosal lengua de hielo. Una vez teniéndola bien delante, apenas a trescientos o cuatrocientos metros, todos ellos aguardan en silencio al momento en el que, con un chasquido que se diría un trueno, de los vértices del Perito Moreno se desprende algún bloque y, tras el desplome, sus inmensos carámbanos de un azul casi sobrenatural se quedan flotando fantasmagóricamente sobre las aguas del lago.





Navegación y trekking
Este frente de hielo de la altura de un edificio de veinte plantas viene a ser la porción que la mayoría de los visitantes llega a avistar de este glaciar cuya totalidad, sin embargo, se expande a lo ancho y, sobre todo, a lo largo de unos 200 kilómetros cuadrados. Es decir, que la Capital Federal de Buenos Aires podría caber entera dentro de esta especie de río helado que avanza imperceptiblemente entre las montañas y la vegetación patagónica de notros y de ñirres. Pero, además de estas caminatas por las pasarelas de madera, podría también dedicarse una hora escasa de singladura a bordo de los barquitos. A través del Brazo Rico del Lago Argentino navegan todo lo cerca que permite la prudencia del Perito Moreno para apreciar desde cubierta la monumentalidad de este gigante que, a pesar de su incuestionable popularidad, no es ni por asomo el más superlativo de los que encierra el Parque Nacional de los Glaciares. Y es que las paredes del glaciar Spegazzini, hasta el que se llega en las excursiones en barco que parten de Puerto Bandera, le duplican la altura, mientras que el Upsala o el Viedma le triplican tranquilamente el tamaño. Como última opción para los más osados –o aquellos que estén en una mínima forma física– queda la increíble experiencia de caminar directamente sobre algunas zonas seguras del Perito Moreno en los trekkings de entre dos y cuatro horas en los que los visitantes, pertrechados de crampones y acompañados por un guía, podrán ir admirando las grietas y seracs, los sumideros y pequeñas lagunas o las cuevas que se forman entre sus hendiduras.





Un espectáculo insólito y arbitrario
Únicamente a los verdaderamente afortunados se les reserva el milagro de vivir en primera persona el famosísimo derrumbe del Perito Moreno, cuando sólo en algunos años y sin periocidad verdaderamente predecible su majestad regala el más soberbio de los espectáculos. Porque hay pocas experiencias comparables a presenciar el sensacional desmoronamiento de este glaciar que le adeuda el nombre a Francisco Pascasio Moreno, explorador apasionado de estas latitudes cuyos trabajos sirvieron para establecer las todavía hoy reñidas fronteras entre la Patagonia argentina y chilena. El proceso arranca cuando el lento avance del glaciar hace que su frente acabe tocando tierra firme. Queda entonces taponado el flujo entre el Brazo Rico y el llamado Canal de los Témpanos, entre los que se forma un descomunal dique de hielo que las aguas van horadando hasta formar un arco cada vez más grande y que, cuando la presión llega a su máximo, se viene entero abajo ante un estruendo que hace retumbar la tierra y, también, los animados aplausos de los que consiguen vivir en directo ese momento. Cuando la ruptura parece inminente la prensa argentina hace puntual seguimiento de sus avances, y son miles los que viajan expresamente para intentar admirar al menos una vez en la vida semejante alarde de la naturaleza. Algunos años el derrumbe ha sido incluso retransmitido por las televisiones de medio mundo, aunque no siempre se muestra tan generoso con sus admiradores. El último desmoronamiento del Perito Moreno tuvo lugar el pasado marzo, pero su arco helado tuvo a bien quebrarse de noche, sin más testigos que el puñado de guardas que lo vigilan desde un refugio, dejando a muchos, muchísimos, con la miel en los labios. Si el cambio climático no decide lo contrario, habrán de esperar probablemente entre dos y cuatro años para volver a probar suerte.









domingo, 13 de abril de 2014

EL PUENTE DE CARLOS. El monumento más famoso de Praga


El famoso Puente Carlos de Praga es indiscutiblemente una de las principales atracciones de la ciudad. Está claro que es imposible pasar de él, puesto que une el Barrio Pequeño y la Ciudad Vieja, los dos barrios históricos en los márgenes del Moldava. Pero aunque no fuera así, este precioso puente es de visita obligada en la ciudad, con su decoración barroca y sus torres que lo hacen tan especial.
Mucho más que una joya histórica, las leyendas dicen que sus estatuas convierten los deseos en realidad; los mitos acerca de su construcción y el halo de misterio que lo envuelven como la bruma en invierno contribuyen a acrecentar la atmósfera mágica que con justicia caracteriza Praga.



Un puente muy antiguo.
El río Moldava no fue siempre tan calmado como puede parecer en la actualidad; su furia combinada con las fuertes lluvias muchas veces ocasionaron inundaciones y arrastraron puentes más débiles.
En el lugar donde se encuentra el Puente Carlos originariamente había un puente de madera que fue construido en el siglo XI. En 1172, el rey Wenceslao I ordenó la construcción del primer puente de piedra conectando ambas orillas del Moldava, al que dió por nombre Judith, como su esposa. En la época, sólo había otros dos puentes de piedra construidos en la Europa Central.
El puente Judith colapsó en 1342 y de las torres con que contaba se conservaron sólo dos: la torre románica del lado de Mala Strana y una segunda que fue integrada en el edificio del convento de los Caballeros de la Cruz, del lado de la Ciudad Vieja.
Durante el reciente reinado de Carlos IV, emperador del Sacro Imperio Romano, un nuevo puente reemplazaría al malogrado Judith.
La tarea fue comenzada por Jan Ottl y concluida por el favorito de Carlos IV, Petr Parler (quien también trabajó en la construcción de la Capilla de San Wenceslao en la Catedral de San Vito y en la torre del puente de la Ciudad Vieja). Este nuevo puente fue concluido en 1402 y hasta 1870 fue llamado simplemente Puente de Piedra o Puente de Praga.





El Puente Carlos mide 516 metros de longitud y 10 metros de ancho, sostenido por 16 arcos. En sus extremos hay tres torres -dos del lado de Mala Strana y una en la Ciudad Vieja-, que antiguamente servían de protección y hoy son miradores turísticos.
El Puente Carlos debe su majestuosidad especialmente a las treinta estatuas y conjuntos escultóricos que lo flanquean y que fueron colocadas alrededor del año 1700. Las que se ven actualmente son copias de las originales, que se conservan en el Lapidarium para protegerlas del deterioro.
Durante mucho tiempo el puente Carlos proporcionaba la única forma de cruzar el río Moldava y para su mantenimiento se cobraba peaje. Fue escenario de cruentos hechos históricos; las cabezas de 27 rebeldes, ejecutados después de la Batalla de la Montaña Blanca en 1621, acabaron expuestas en el puente a modo de ejemplo.
A partir de 1870 pasó a llamarse oficialmente Puente Carlos y comenzó a circular la primera línea de transporte público que luego sería reemplazada por el tranvía tirado por caballos, el tranvía eléctrico y autobuses sucesivamente. Entre 1965 y 1978 se realizaron extensos trabajos de mantenimiento y se decidió prohibir el tránsito vehicular sobre el puente, reservado desde entonces para uso peatonal. Durante el día se instalan vendedores de recuerdos y artistas que intentan atraer a los turistas que por millones cada año pasan por allí.






Dato curioso.
Se dice que Carlos IV participó activamente en el diseño del puente, cuidando hasta el menor detalle. Una de las cosas más curiosas parece ser la fecha y el horario en que comenzó la construcción: en el año 1357, el día 9 del mes 7 a las 5.31 am.; Carlos IV, aconsejado por los astrólogos de la corte, habría elegido ese momento preciso por cuestiones de superstición o quizás para que pudiera recordarse fácilmente como una secuencia de números impares capicúa: 1.3.5.7.9.7.5.3.1. De todas formas, nohay certezas en cuanto a la fecha de inicio de la construcción y este momento "mágico" alimenta sobre todo las leyendas, que las hay por decenas en Praga.
Otra cosa inusual es la utilización de yemas de huevo en la mezcla utilizada para unir los bloques de piedra, al parecer con el fin de hacerla más fuerte. Esto que al principio sonaba a leyenda finalmente fue comprobado con exámenes de laboratorio...






jueves, 10 de abril de 2014

DUBROVNIK. La ciudadela amurallada del mar Adriático.


Dubrovnik tiene la belleza de sus muros, pero también la de los símbolos. Ejemplo de la voluntad de resistencia, ha pasado en pocos años de la destrucción de la guerra de los Balcanes a ser uno de los destinos más deseados del Mediterráneo oriental.
Vista desde fuera, aparece como un conjunto compacto, rodeada de altos muros y de montañas de granito que se despeñan sobre el mar. El nombre de Dubrovnik deriva de dubrava, bosque
 de robles, los árboles que ahora ya solo colonizan el cercano monte Sdrj. Antiguamente, una ley obligaba a cada habitante a plantar cien robles a lo largo de su vida para así garantizar la madera de los astilleros de una ciudad volcada en el comercio marítimo. El puerto viejo o Stara Luka, encajado entre los fuertes de San Juan y Revelin, registraba una gran actividad en los siglos XIV y XV. Hoy parece pequeño, pero empezar aquí el paseo por la ciudad permite acercarse a un par de edificios de aquella época que ahora alojan restaurantes y cines: el Arsenal, los antiguos astilleros, y la Cuarentena, donde quienes llegaban por mar debían esperar el permiso de acceso.





Dubrovnik es una ciudad cerrada al tráfico donde, además, todo está a cinco minutos andando. Al poco de cruzar la puerta de Ploce, un cartel detalla los edificios afectados por las bombas de 1991, durante la guerra de los Balcanes, restaurados gracias a la ayuda de la Unesco. A continuación la calle desciende describiendo una curva hasta la plaza Luza o de la Logia, rodeada de edificios notables y con la columna de Orlando en medio. Esculpida en 1418, era el símbolo del poder de la República de Ragusa, tan vigorosa que llegó a competir con Venecia y con el Imperio Otomano, alcanzando el esplendor en los siglos XV y XVI. Un ejemplo de su carácter independiente es que la lengua romance resistió aquí cien años más que en el resto de la costa croata.
Gracias a su posición estratégica, la ciudad dálmata aprovechó lo mejor del mundo otomano, eslavo y latino, dando lugar a un florecimiento de las artes y las ciencias, financiadas con el comercio marino que pasaba por la aduana del Palacio Sponza, en la misma plaza Luza. Este edificio gótico y renacentista es uno de los pocos que escapó del gran terremoto que asoló la ciudad en 1667. Su nombre es una deformación de la palabra spongia, lugar donde se recogía el agua de lluvia.
Al lado del palacio se halla la Torre del Reloj, construida sobre un soportal, y más allá el Palacio de los Rectores, con una espectacular escalinata y el monumento a Miho Pracat o Prazzatto, rico navegante que donó toda su fortuna a la República de Ragusa. Por cierto, entre la Torre del Reloj y el Palacio Rectoral se encuentra el café Gradskavana, uno de aquellos lugares fuera del tiempo donde apetece dejar pasar la tarde.
No hay que abandonar la plaza de Luza sin dedicar unos minutos a la iglesia barroca de San Blas. En lo alto hay una estatua del santo patrón de Dubrovnik, que lleva en la mano una maqueta de la ciudad tal y como era antes del terremoto. La ciudad ha cambiado de aspecto, pero la fiesta de San Blas, el 3 de febrero, sigue siendo la más concurrida.  





La catedral de Dubrovnik, encaramada en lo alto de una majestuosa escalinata, se distingue de lejos porque es la única con una cúpula de color azul en lugar de colorado. Lo que vemos ahora es la reconstrucción barroca del edificio destruido por los temblores de 1667. Según la leyenda, Ricardo Corazón de León puso dinero de su bolsillo para edificar la catedral original en agradecimiento por haberse salvado del naufragio que sufrió en la isla de Lokrum, una peña situada frente al puerto antiguo.
El paseo por Dubrovnik no sería completo sin divisar la ciudad desde el paseo de las murallas y recorrer después la Placa o Stradun, la arteria que une la puerta de Ploce con la de Pile. Divide el casco antiguo en dos partes: las calles que quedan por encima son estrechas y empinadas, repletas de tiendas de artesanías y tabernas; por debajo, las calles componen un laberinto que alcanza las fortificaciones marinas, sorprendiendo de vez en cuando con una plaza, una capilla o un buen restaurante. Junto a la puerta de Pile se sitúa la gran fuente de Onofrio, iluminada de forma efectista por la noche y con un conjunto de máscaras de las que manan 16 chorros. Delante se erige la iglesia de San Salvador, el único santuario que salió indemne del terremoto del XVII, y detrás, el claustro del monasterio franciscano, que conserva una farmacia de 1317. Ya solo nos queda salir de la ciudad para contemplar los acantilados coronados por los fortines de Lovrjenac y Bokar, que defendían el otro puerto de Dubrovnik, el de Kalarinja. Aseguran que desde aquí es imposible resistirse al encanto de la Perla del Adriático.